Un vistazo al trabajo seminal de thatgamecompany casi una década después de su debut en PlayStation.
Si me preguntas por cualquiera de mis videojuegos favoritos siempre tendré un recuerdo muy vívido para compartir.
Ejemplos: Cruzar la línea de meta un segundo antes del carro No. 13 ‘Devil’ en Ridge Racer (mi control del PSone está lleno de sudor por mis múltiples intentos fallidos). Tropezando por primera vez en Inverted Castle de Castlevania: Symphony of the Night (provocando una gran sonrisa cuando me doy cuenta del verdadero alcance del juego). Ser decapitado en mi primer encuentro con un Hunter en el Resident Evil original (el mayor miedo que he sentido en toda la franquicia gracias a esos asesinos a sangre fría).
¿Pero de Journey? No tengo un recuerdo sino todo un montaje. Una avalancha de momentos (lo suficientemente apropiados) a lo largo de todo el juego. Los cuales, casi una década después, reavivan mi imaginación cuando pasan destellando por mi mente.
Bebiendo en ese inmenso desierto en la apertura del juego, jurando que casi podía sentir el calor del sol. Bajando por el lado de la montaña, la arena se convirtió en oro rosa al atardecer, mi pulso se aceleraba mientras descendía con el cielo rojizo hacia el frío suelo de un valle atrapado en la sombra. Temblores involuntarios cuando veía una vez más la bufanda de mi viajero cubierta de hielo, y cada momento era una lucha constante contra la tormenta de nieve. Y poco después, un silencio ensordecedor mientras el viento se calmaba y la banda sonora desaparecía, solo el sonido de los últimos pasos en la nieve antes del colapso. Y finalmente, la ligereza en el corazón que viene con ese vuelo climático.
Journey fue uno de los pocos juegos a los que les di una calificación perfecta. Es el único juego que empecé y no pude abandonar hasta que los créditos rodaron.
Sí, la brevedad del juego ayudó. Pero ¿honestamente? Fue más gracias a lo cautivadora que es la experiencia de principio a fin.
Y ahora, gracias a la iniciativa Juega en Casa, estoy feliz de que todos, como yo, tengamos la excusa perfecta para regresar a esas costas tocadas por la arena. Debo confesar que Journey se ha convertido para mí en lo mismo que The Secret of Monkey Island se convirtió para mi esposa: una tradición anual para disfrutar, para volver a apreciar.
La nueva estética y los retos que se introducen con el descubrimiento de cada nueva área. Esa banda sonora arrolladora. Juguetonamente deslizándose por las dunas de arena. Uniendo la historia de una civilización perdida al descifrar las figuras en las paredes. Escondiéndose de los monstruos cuyas miradas cegadoras, como reflectores, se ponían rojos al detectarte. Conociendo a otro viajero en el camino hacia la montaña.
El enfoque sutil del estudio al cooperativo parece ser la antítesis en una era de la creciente personalización para el juego en línea. No hay salas privadas. No hay opciones para encontrar partidas. En cualquier punto durante el juego, otro jugador puede aparecer cerca, nuestras instancias de juego separadas unidas en una sola. El chat de voz está restringido a una sola “llamada” activada al presionar un botón y realizada por nuestro personaje en la pantalla. La llamada se escucha en un idioma extraterrestre, visualizada por un solo símbolo que flota suavemente en el aire. Ni siquiera se te dio un nombre; fueron reservados para los créditos del juego.
Aun así, esta rareza encaja perfectamente en Journey.
Cualquier jugador puede elegir ignorar al otro. Hay muchas oportunidades para irse y continuar su viaje solitario. Mentiría al decir que siempre conocí a otro viajero, no lo hice. Pero muchos se quedaron a mi lado, o yo al suyo.
No creo que esto fuera para utilizar el beneficio del single player de viajar juntos, donde el contacto recargaría la bufanda de cada uno, el accesorio que cuando brilla te permite saltar y flotar. Bueno, no siempre. Me gustaría creer que fue por la compañía.
Esa creencia nace de otro recuerdo. La primera vez que conocí a alguien más en esa última parte del viaje hacia la cima de la montaña.
Nos llamamos repetidamente, mientras las voces se hacían cada vez más débiles con el paso de cada momento. Los sonidos no tenían sentido. Pero decían mucho. Creo que mi compañero, quien quiera que haya sido, estaba haciendo lo mismo que yo: dándole ánimo al otro. No estábamos intercambiando artículos o protegiéndonos uno al otro. Solo estábamos disfrutando de la compañía mutua. Y hasta el día de hoy es una de las experiencias más cooperativas que he tenido.
Qué juego. Qué aventura.
¿Quieres conocer más? Claro que sí. Busca en los archivos de PS Blog para leer más sobre el juego. Escucha la asombrosa banda sonora de Austin Wintory en Spotify. Y por supuesto, juégalo tú mismo.
Ahora, ¿alguien quiere meditar conmigo este fin de semana y así puedo obtener ese Trofeo?
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